  
       
      Rogelio 
      Riverón 
       
       
       
           Lo que me contraría de la poesía nostálgica es su finitud. 
        Ese ademán de atarse para no correr que nos viene de la «Odisea», 
        se contamina en la escritura de la nostalgia de una especie de retroceso, 
        en el que se descubre, acaso, lo que no vieron los ojos la primera vez, 
        pero que de todos modos ya estuvo frente a ellos. Uno puede ser un nostálgico, 
        a condición de que no lo sea durante todo un libro. 
         
           Lo digo a propósito de un poemario, pero no en su contra. 
        Porque «Poemas interreales» (Editorial Letras Cubanas, 2004), 
        de Enrique Sacerio-Garí, nos propone una invocación, pero esa reminiscencia 
        es pautada y tiene su parachoques: el lenguaje. A partir de esos cálculos 
        se inicia en este cuaderno una especie de oscilación entre el ego y el 
        conocimiento. De lo que es personal a lo que nos personaliza. Sacerio-Garí 
        (Sagua la Grande, 1945), no es un autor prolífico, pero su obra ha ocupado 
        la atención de algunos importantes editores. Es cierto, por ejemplo, que 
        en la colección Poesía de Letras Cubanas, su libro adquiere una connotación 
        que dudosamente pasemos por alto, aunque ese contexto sea lo que se dice 
        metaliterario. Sus versos —la mayoría, creo— probarán que no se ha procedido 
        con ligereza. Con una simetría entrecortada, jugando a producir sensaciones 
        escuetas, asumido el riesgo de poetizar desde el cifrado y la propaganda, 
        «Poemas interreales» va al borde del lenguaje, aunque no a 
        sus márgenes.  
         
           De modo que su nostalgia es doble y por ello se difumina. 
        Se hace de historia y de estilo, y ese brío no es despreciable. Enrique 
        Sacerio-Garí lo explica de este modo: ...las frases recurvan para reconsiderar 
        verdades obvias y recodificarlas o desenmascararlas con un discurso llano. 
        Esa palabra, reconsiderar, comprende casi todo lo que hacemos los escritores 
        para mejor o peor ganancia de una tradición.  
         
           Del carácter perfectible de las opiniones da fe mi propia 
        experiencia con este libro. Lo leí sin grandes extrañezas, intuía que 
        era buena su lógica, me acordé de términos que ya no empleo para comentar 
        la poesía, como lo pudiera ser ritmo, pero volvían a molestarme en él 
        los intentos por definir y una suerte de comercio con vocablos que caen 
        en el texto como ajenamente. Repasándolo ahora para esta acotación me 
        dejo sobrecoger por su bello cinismo y por su penetrante idea sobre lo 
        que pudiera ser un poema. Es como si en ocasiones la agudeza estuviera 
        en no afinar demasiado la palabra y sus recorridos.  
         
         
         
        http://www.granma.cubaweb.cu/2005/09/10/cultura/articulo01.html 
         
         
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